Un Último Esfuerzo: Capítulo Siete

Un Último Esfuerzo: Capítulo Siete

4 May 2015 History & Mythology 0

El Último Esfuerzo de Delio Moreno Cantón: Capítulo Siete

Don Hermenegildo dio a su sombrero un último cepillado, se lo colocó en la cabeza y, tomando su bastón, se despidió de su hermana.

Sumido en sus pensamientos y preocupado, se encaminó a la delicada y seria tarea que había aceptado, determinando las mejores formas de llevarla a cabo para no dejar al joven impetuoso disgustado y no desagradar a doña Prudencia, cosa que le habría causado una de las mayores ansiedades de su vida.

Cuando llegó a la casa de la viuda, ésta salía con Guadalupe rumbo al baile.

—¡Hola! —exclamó al verlas—. ¿Salen? ¿Y a un lugar bonito?

—A un bailecito que va a haber en casa de los Ortegas. ¿Venía usted a visitarnos?

—Sí, pero vendré otro día, y ahora puedo acompañarlas, si me permiten ese favor.

—Con mucho gusto.

Y se pusieron en camino juntos, con don Hermenegildo caminando al lado de la señora.

—¿Y bailará usted, doña Prudencia?

—¿Yo?, sí; no hay tonto como un viejo tonto.

—¡¿Vieja?! Señora… Si no se ha casado de nuevo es porque no ha querido.

Don Hermenegildo no había olvidado los consejos de doña Raimunda y se sentía turbado al lado de la mujer que le parecía la más adecuada para sacarlo de su doloroso celibato, y se aventuró más allá de sus límites, insinuando indirectamente la idea de un nuevo matrimonio. Le pareció que había dicho demasiado, pero animado por el elocuente silencio de su compañera, continuó:

—Pues claro, usted puede volver a casarse. Parece imposible que tenga una hija de trece años.

—Catorce, don Hermenegildo.

—¿Catorce? Es que es muy bonita, pero cuesta creer que tenga esa edad al ver a su mamá. Usted todavía es muy joven.

En esto, salió doña Raimunda de su casa y se unió al grupo, interrumpiendo el incipiente impulso de don Hermenegildo.

Sin nada digno de notarse, continuaron su camino hacia el baile, y allí su acompañante se apartó, pues no había sido invitado, cuando Perico Ortega, que lo había visto, insistió en presentarlo.

A un lado, había cuatro mecedoras para las mamás, dos ocupadas por la señora de la casa y la madre de Chonita. Doña Raimunda y doña Prudencia se sentaron en las otras, y don Hermenegildo tomó una silla cercana luego de saludar cortésmente.

A su llegada, Guadalupe fue rodeada por sus compañeras. Los del sexo opuesto se le iban acercando, primero Pancho Vélez y luego los demás, en grupo, pidiéndole diversos bailes y poniéndola en la difícil situación de responder a todas las solicitudes, teniendo que retener en la memoria ese mar de compromisos a los que no estaba acostumbrada.

Este nuevo suceso tenía gran importancia para ella, pues parecía prometerle una serie de triunfos en la vida, basados en el feliz resultado de una pequeña entrada en el mundo. Y no le pasó desapercibido que Pancho Vélez había sido el primero en acercarse de una manera evidente para todos. Se sabía que este joven era de una de las principales familias, a pesar de la modesta posición de sus primos, los Ortega, aunque el parentesco con los primos era confuso para todos menos para la madre de las muchachas, que se encargaba de explicarlo a quien quisiera desenredar la madeja genealógica que les ponía por delante.

En una esquina estaba instalada la música, compuesta de un piano y un violín. En el salón contiguo al comedor charlaban varios señores mayores. Y afuera en la calle, los curiosos estiraban el cuello para mirar por las rendijas de la única ventana. La puerta había sido cerrada desde que entraron los últimos invitados.

Entre los de la calle se encontraba Fermín Dorantes, resoplando porque desde allí podía ver a Luis Robles, cuyos movimientos estratégicos había estado observando. Vio cómo Luis se acercaba a la muchacha junto con los demás y luego era el último en alejarse de ella, y calculó que era seguro que su impertinente rival bailaría con ella y no dejaría pasar la oportunidad de hablar con ella a gusto.

En efecto, Luis Robles había logrado nada menos que la promesa del primer baile, que por lo general es la cuarta y la polca. Por eso, Lupita se resistió un poco, porque nunca había bailado. Pero al final aceptó, confiando en la pericia de su pareja y en el hecho de que había practicado sola en su cuarto, tarareando en ausencia de otra música.

Todo marchó perfectamente al principio. Luis Robles, el primer baile; Pancho Vélez, el segundo y los lanceros. Pero después de eso, Lupita no pudo recordar cómo había repartido los demás. Siempre que los jóvenes se le presentaban oportunamente para refrescarle la memoria y no había quien disputara sus reclamos, no tenía ningún problema. Pero ocurrió que Perico Ortega, por error o malicia, le hizo saber que el cuarto baile, que ya venía, estaba prometido a él. La muchacha accedió, pero apenas se apartó el joven de la casa, Luis Robles se acercó y le dijo:

—Acabo de decirle a los músicos que no terminen este próximo baile que van a tocar hasta el amanecer.

—¿Por qué?

—Porque éste, el primero y la polca serán los más agradables que haya bailado en mi vida.

—¿Y con quién lo tiene? —preguntó alarmada, sospechando lo que pasaba.

—¿Cómo qué con quién?

Y así vino la aclaración y el desconcierto de Lupita. Luis Robles fue firme, pero al final tuvo que ceder, adoptando una actitud cortés y la promesa de la muchacha de bailar el siguiente con él. Se alejó para ver quién había aceptado ser su otra pareja para el quinto baile y para buscar una pareja para el cuarto. Esta fue Belita Ortega, capturada al fondo del salón por Pancho Vélez, quien había pasado los entretiempos de los bailes conversando con ella discretamente.

Todos decían que Belita Ortega era novia de Vélez, y ella, como los demás miembros de su familia, daba por hecho que el desenlace justo y natural de sus encuentros sería una boda. Pero para cualquiera que no llevase una venda que le impidiera juzgar las circunstancias, el galán no había pensado siquiera en broma en descender desde las alturas de su posición para introducir la apetecible rama Vélez en el modesto árbol genealógico de los Ortega.

Guadalupe sabía todo esto y más, y no dejó de considerar las probabilidades y el gusto que le daría desplazar a su amiga.

Pancho Vélez, conquistador como era, era considerado una excelente conquista en el sentido común de la palabra porque su familia era distinguida y considerada rica, aunque en realidad no lo era tanto, pues sufría muchas estrecheces para mantener el antiguo decoro y no verse disminuida entre sus parientes.

Pero volvamos al baile, donde empieza a sonar el inicio del quinto baile, y la reunión comienza a moverse.

Dos personas se plantan frente a Guadalupe: Luis Robles y Francisco Vélez.

—Al principio me diste el quinto.

—Recuerda; me lo diste a mí.

—¿Y qué hago? —exclamó con apuro la joven.

—Pues bailarlo conmigo porque me lo diste a mí —observó Pancho Vélez.

Y tomando una decisión drástica, tomó de la mano a su disputada pareja y comenzó a bailar.

—No seas grosero —lo acusó Luis Robles, exasperado—, y deja que ella decida.

Pero Vélez o no lo oyó o fingió no notarlo, pues continuó moviéndose y girando al compás de la música. El corazón de la joven estaba en la garganta. No sabía cómo aplacar a Luis Robles.

Preocupada por esto, ni siquiera vio el rostro contrariado del olvidado Fermín Dorantes en la rendija, aunque lo había visto antes sin reaccionar en lo más mínimo. Y salió de su cavilación sobre sus ingratas circunstancias solo por la voz de Vélez, quien comenzó a lanzarle galanterías a las que ella respondió con el tradicional: “Muy amable…”

Terminando el baile, Pancho Vélez sintió un fuerte tirón en las faldillas del saco al mismo tiempo que una voz le decía con tono mandón y arrogante: “¡Ven acá!” Inmediatamente salió al pasillo con Luis Robles, quien le había tirado, y se enfrascaron en una disputa con palabras ásperas y provocadoras.

El furioso Luis quería que salieran de allí a la calle, pero por voces razonables de los demás, dejaron el asunto para después.

La noticia del incidente corrió en unos cuantos momentos, y Luis Robles, calculando que su causa sería la peor apuesta, especialmente en ese tribunal de primos, optó por irse como lo más prudente.

El baile terminó poco después, tanto por el incidente como porque ya eran las diez y media de la noche. Lupita fue la primera en retirarse, acompañada por su madre, por doña Raimunda y por don Hermenegildo. Este último, apenas hubo acompañado a las señoras a su casa, volvió al baile, confiando en que sus palabras sabias calmarían a los jóvenes irritables.

A Pancho Vélez no le permitieron irse porque los Ortega, especialmente Belita, temían un desastre. Pero al final salió con don Hermenegildo en dirección a la esquina donde esperaba Luis Robles rodeado por los demás.

—Ahora quiero ver, ahorita —exclamó éste—, si te atreves a repetir aquí lo que acabas de decir.

—¿Crees que me muero de miedo? Ni de ti, ni de tu padre, ni de toda tu familia —respondió Vélez.

En ese momento, un furioso puñetazo lo hizo retroceder. Pero recuperándose de inmediato, se fue contra el otro dándole un golpe en la cara. Robles, ciego de ira, le dio tal patada que don Hermenegildo, agitando las manos como rama de olivo, intervino gritando: “¡Calma, señores, calma!” Pero los contendientes no lo oyeron y en medio del clamor del combate, recibió por error un manotazo en la cabeza que hizo rodar su sombrero por el polvo.

Ambos contendientes se habían trenzado y se golpeaban en la cabeza y la cara hasta que cayeron enredados. Al levantarse, Pancho Vélez sacó un revólver y se disponía a disparar, pero dos de los espectadores lo sujetaron por detrás para que lo soltara, mientras otros, con la ayuda de don Hermenegildo, contenían a Luis Robles, que se había armado con unos nudillos de metal. Los demás desaparecieron como por arte de magia, cuestionando su seguridad ante el nuevo giro de los acontecimientos.

Esto terminó con la intervención de los amigos y cada uno se fue por su lado: Luis Robles con un chichón en el pómulo izquierdo, Pancho Vélez con una mano lastimada, y don Hermenegildo limpiando su sombrero con el pañuelo.

Lupita tuvo dificultad para dormir esa noche. ¿Qué estaría pasando? Habría dado lo que fuera por saberlo. Luis Robles está loco y Pancho Vélez no es cobarde. Podrían estarse despedazando y todo por ella, solo por ella.


¿Quieres ponerte al día? Lee aquí…
Chapter One and the Intro
Chapter Two
Chapter Three
Chapter Four
Chapter Five
Chapter Six

 

Yucatan Living Newsletter

* indicates required