El Último Esfuerzo: Capítulo Tres

El Último Esfuerzo: Capítulo Tres

15 March 2015 History & Mythology 0

El Último Esfuerzo: Capítulo Tres

Durante varios días, don Hermenegildo había estado ansioso e intranquilo pensando en una conversación que había tenido con doña Raimunda, la esposa del licenciado don Felipe Ramos Alonzo.

Pasaban el rato hablando de diversos temas y poco a poco llegaron al asunto del amor que sienten los padres por sus hijos y las alegrías que estos traen al hogar, cuando la señora, yendo de golpe al grano, le preguntó a su interlocutor:

—Y usted, ¿por qué no se casa, don Hermenegildo?

El disparo inesperado, tanto como el proyectil que lanzó, desconcertó por un momento al pudoroso don Hermenegildo, quien sintió cómo se le subía la sangre al rostro.

—Señora, no me caso porque… Hace muchos años que no pienso en esas cosas; créame, sé de lo que hablo.

—¿Pero por qué no piensa en esas cosas? —replicó con firmeza doña Raimunda.

—Pues no pienso en esas cosas… por varias razones; la edad es una de ellas.

—¡La edad! Pero si todavía está joven. ¿Cuántos hombres mucho mayores que usted se casan todos los días?

—Es cierto, y por eso los toman por locos.

—Aclaremos esto, don Hermenegildo; aclaremos esto. A los que toman por locos es a los que se casan ya ancianos, y más aún si es con una muchacha que podría ser su nieta; pero usted, hombre, es capaz de tirar una pared de un puñetazo.

—¡Quisiera yo, mi señora! Ya se me empieza a poner canoso el cabello; créame, sé de lo que hablo.

—Una o dos canas no significan nada; y salta a la vista que no es viejo, sino al contrario, de buen color y aspecto saludable.

Ante el halago envuelto en esas últimas palabras, don Hermenegildo se sonrojó y se le trabó la voz en la garganta. Esto lo mortificó aún más y, haciendo un esfuerzo, observó:

—¿Pero quién querría casarse con el pobre don Hermenegildo López?

—La que quiera tener un buen marido, atento, cariñoso, moderado.

Don Hermenegildo, después de hacer una reverencia solemne y ceremoniosa a cada uno de estos elogiosos calificativos, exclamó:

—Ese concepto me honra en extremo y más viniendo de usted; pero no todas las mujeres piensan igual, doña Raimunda.

—Pero me imagino que usted nunca se ha enamorado. ¿Cómo sabe que las demás no piensan lo mismo?

—No piensan lo mismo, señora mía, sé de lo que hablo. Fui joven y también intenté casarme; pero Dios quiere que muera soltero como nací, y soltero he de morir.

—¿Y de dónde saca eso? ¿Por qué habría Dios de querer que no se casara?

—No sé el motivo, pero en cualquiera de mis intentos fui muy desgraciado. Usted se ríe cuando me quejo de mi suerte, pero es la verdad. Cuando nací, murió mi madre. ¿Qué peor me pudo haber pasado? Nada. Pero sí me pasó algo peor. Poco después pareció que yo también iba a morir, porque no se hallaba nodriza que me alimentara. Crecí sin el gozo de los cuidados maternales que disfrutan todos los niños. Mi padre no tenía muchos recursos y quiso dar estudios a mi hermana y a mí, así que la metió en un colegio y yo fui al Seminario después de haber aprendido lo elemental en una escuela mixta. Empezaba el estudio del latín y su cultura cuando falleció mi padre. ¿Y no quiere usted creer que nací con mala estrella? ¡Si tan solo fuera abogado! Créame, sé de lo que hablo.

Don Hermenegildo había olvidado el objeto de la conversación para soltarle a la señora una vez más la triste historia de su vida. Ella, deseosa de continuar el intercambio interrumpido o, más probablemente, de apartar a su interlocutor de tan lastimeras lamentaciones, lo distrajo del importante relato de más desgracias ocurridas tras la muerte de su padre, diciéndole:

—Pero no me ha dicho por qué no llegó a casarse.

—Pues allá iba, mi señora. Decía que soy un desdichado, y no puede ser de otro modo. Mi llegada al mundo fue la muerte de mi madre.

—Y otra vez me deja sin saber por qué no se ha casado.

—¡Mi mala suerte, doña Raimunda! ¡Mi mala suerte! No ha habido una sola mujer que me haya amado.

—¡Ah! Si está esperando a que lo vayan a buscar…

—Pero yo he ido a buscarlas, y no se han interesado. Y no una, sino varias. Créame, sé de lo que hablo.

—Francamente, no lo entiendo. ¿Quién sabe si hubieran congeniado con usted, si usted se hubiera expresado claramente? Al final de cuentas, esas son cosas que las mujeres guardan muy dentro y solo comparten con personas en quienes tienen gran confianza.

—¡Gran confianza, doña Raimunda! ¿Cuánta más de la que usted me ofrece con tanta bondad sin merecerla yo? Dios no me perdonaría si fuera reservado con usted.

Ahí era donde doña Raimunda lo quería, y ahí lo llevó, usando su hábil maña para oír lo que desde hacía mucho deseaba saber y que don Hermenegildo había logrado evitar decir.

Cinco años antes, su esposo había solicitado al escribiente que le copiara unos documentos y le pusiera otros en orden. Ese era un trabajo que debía desempeñar dos horas al día, y desde entonces había sido visitante asiduo de la señora, y al parecer seguía siendo el mismo solterón empedernido que era cuando ella lo conoció.

Jamás le había oído un recuerdo romántico ni conocía a nadie que hubiera sido cortejada por él. Salvo una que otra galantería, nada rara en un hombre que se preciaba de ser correcto, no mostraba señales de verse afectado en presencia de una mujer hermosa. Así que con esta oportunidad, y al dejar ver don Hermenegildo que en su juventud quiso casarse, su curiosidad se despertó más y más por saber si algún amor desdichado mantenía al hombre de antes convertido en soltero incorregible. Por eso lo había cercado con toda observación posible, y ahora sabía que, tras poner a prueba la estrecha amistad que unía a don Hermenegildo con la familia del señor licenciado Felipe Ramos Alonzo, la victoria era suya.

Y en verdad, salvo por la obsesión que tenía con sus conexiones pomposas, era doña Raimunda quien escuchaba con paciencia, y hasta con afecto, la constante historia de su existencia deshecha. Su ataque, entonces, había sido bien dirigido, y don Hermenegildo comenzó a sacudir el polvo de sus recuerdos románticos sepultados años atrás en lo más profundo de la memoria.

 

Yucatan Living Newsletter

* indicates required