Un Último Esfuerzo: Introducción y Capítulo Uno

Un Último Esfuerzo: Introducción y Capítulo Uno

4 March 2015 History & Mythology 1

Nota editorial, algo extensa: Después de ver una placa en Valladolid que marcaba el lugar de nacimiento de Delio Moreno Cantón, Nadine Calder comenzó a leer sobre este periodista, poeta, novelista y dramaturgo. Aunque algunos de sus poemas habían sido traducidos al inglés, hasta donde ella sabía, sus dos novelas ambientadas en Mérida no lo habían sido. Ni Nadine ni esta editora imaginan que alguna de estas novelas tendría hoy en día una gran audiencia. Representan tanto la época en que fueron escritas como el lugar, por lo que es probable que a muchos lectores contemporáneos les parezcan historias demasiado sentimentales. El hecho de que ofrecen una mirada a la antigua Mérida es lo que despertó el interés de Nadine por traducir las obras de Cantón, y la razón por la que estamos interesados en publicarlas aquí para nuestros lectores.

Nadine Calder fue profesora de inglés a nivel universitario, y su licenciatura fue en español. Estudió en México, y por lo tanto tiene cierta formación en literatura española y mexicana. La traducción fue dolorosamente lenta y contó con la ayuda de múltiples fuentes, incluyendo amistades profesoras de español en California.

Lo que sigue es el primer capítulo de la traducción de la primera novela de Moreno Cantón, El Último Esfuerzo (One Last Effort). Escrita en tercera persona, la historia incluye una variedad de personajes, situaciones y escenas callejeras (por ejemplo, una señora prominente aprovecha toda oportunidad para mencionar que su casa tiene un zaguán). Una segunda edición fue publicada en 1947 por la Universidad de Yucatán, cuya biblioteca hizo una copia para que Nadine pudiera realizar la traducción. Hasta donde sabemos, la novela no está disponible para la venta, ni siquiera en español. Hay una copia de dominio público del original de 1896 en Google Books, y está disponible gratuitamente en línea. Si, como Nadine, deseas una copia encuadernada, puedes encargar una en la librería de Harvard en lugar de imprimirla tú mismo. Moreno Cantón murió en 1916, así que entendemos que no hay problemas de derechos de autor. Por deferencia y respeto al arduo trabajo de Nadine, pedimos que estas traducciones no se reproduzcan fuera de estas páginas sin su permiso.

Así que aquí comienza nuestro experimento. Publicaremos un capítulo por semana en Yucatán Living, hasta que el libro completo esté disponible en nuestro sitio web. Esperamos que nuestros lectores interesados en la historia de Mérida y su literatura disfruten los frutos del esfuerzo de Nadine.


El autor
Delio Moreno Cantón nació en Valladolid, Yucatán, el 11 de marzo de 1863. Asistió a la escuela allí hasta los catorce años, cuando fue enviado a Mérida para inscribirse en el Colegio Católico de San Ildefonso, donde ahora se encuentra el Hotel Caribe. Más adelante estudió derecho mientras escribía poesía e iniciaba una carrera en el periodismo. Eventualmente escribió una tesis en la que argumentaba a favor de la legalización del divorcio, que en ese entonces era indisoluble en Yucatán. Se convirtió en abogado en 1890 y participó en la política, continuando con la escritura de poesía, novelas y obras de teatro. Se postuló sin éxito a la gubernatura de Yucatán como reformista progresista en 1909 y 1911, y murió en la Ciudad de México en 1916.

Introducción a Un Último Esfuerzo
Las trayectorias académica, literaria, social y política de Moreno Cantón convergen en su primera novela, Un Último Esfuerzo (El Último Esfuerzo), publicada en 1896. Una introducción a la segunda edición del libro, en 1947, la describe como una “encantadora distracción, rebosante de humor yucateco, o más bien meridano.” Continúa describiendo al solterón quijotesco, don Hermenegildo López, como “un personaje plenamente logrado, casi un retrato” de un tipo que todavía andaba por las calles de Mérida medio siglo después.

Otros personajes atrapados en el enredo, el chisme y las ambigüedades del amor y el matrimonio incluyen a doña Raimunda, la directora social autoproclamada del vecindario, doña Prudencia, viuda de un hacendado, y su hija Lupita, así como los jóvenes que compiten por el cariño de Lupita. Hay preparativos lujosos para la celebración del día de santa de doña Raimunda y las intrigas de una campaña política. Hay esperanzas, ambiciones y desilusiones. Tratando a sus personajes con humor y afecto, el vocabulario de Moreno Cantón está cuidadosamente elegido y sus frases son complejas, ya que intenta transmitir las complejidades del comportamiento humano que observó con tanta precisión en la Mérida de hace muchos años, y que conservó para que hoy podamos leer sobre ellas.

¡Esperamos que disfrutes esta ventana a otra época en Mérida!

ChatGPT said:

El Último Esfuerzo: Capítulo Uno

La calle no es ni angosta ni ancha. No se puede decir que esté en el centro de la ciudad, pero tampoco en las afueras. Algunas personas que viven en ella gozan de cierto nivel social, y como no faltan las muchachas que, además de ser jóvenes, son bonitas, está libre del aire de desamparo que reina en muchas otras calles, ya que, desde las primeras horas de la tarde, es visitada con bastante frecuencia por pretendientes. Varias son las puertas que entonces se abren, dejando que la luz del interior de las casas pase a la calle, y no es raro oír el sonido de un piano con el que un entusiasta estudiante pone a prueba la paciencia de los vecinos.

La casa del señor licenciado Felipe Ramos Alonzo es semejante a la calle: ni buena ni mala. Su diseño es de zaguán, el ancho pasillo central que va desde las puertas dobles del frente hasta el patio, un rasgo muy del agrado de su esposa, quien se cuida de mencionarlo siempre que se le presenta la ocasión; pero la casa no es especialmente agraciada, con pocas recámaras además del salón, que, aunque no muy distinto de los otros cuartos, luce paredes de color amarillo pintadas con rosetones blancos. El licenciado hubiera puesto papel tapiz, pero al oír cuánto costaría, decidió que era un lujo demasiado grande para los tiempos actuales, y su doña Raimunda estuvo de acuerdo con él, aventurando incluso la opinión de que la pintura es mejor y más elegante.

Las sillas no eran notables, pero el espejo, ¡ah! El espejo era, indudablemente, el mejor del barrio; y no podía ser de otra manera, porque como la señora sostenía firmemente, había costado ciento cincuenta pesos, y a una prima suya, incluso una vez le dijo que más de doscientos.

No habrían de pasar muchos meses antes de que llegara un piano, a la altura del espejo, para completar el mobiliario, cuando Felipito, ya de doce años, terminara el curso de solfeo que estudiaba en la escuela por recomendación de su padre e insistencia solícita de su madre.

Frente al espejo, cubierto con tul para protegerlo de las manchas de moscas, estaba el recibidor alfombrado, compuesto por dos pares de mecedoras y un sofá; pero usualmente sólo se recibía ahí a personas de alguna importancia o con quienes la familia no tenía mucha confianza, pues por lo general, las visitas amistosas se hacían en la puerta, desbordándose hasta la acera, al grado de que, en época de lluvias, los transeúntes hablaban mal de la mala educación de quienes así los obligaban a bajar al lodoso arroyo.

Como el licenciado solía estar fuera, las visitas de doña Raimunda eran doña Prudencia, viuda de un hacendado, a veces su hija Guadalupe, alguna que otra vecina, principalmente señoras casadas, y casi siempre, don Hermenegildo López, personaje de cincuenta y tantos años, dado a quejarse de sus desgracias pero modelo de cortesía.

Rara era la vez que, al repique del ángelus, no se viera aparecer al buen don Hermenegildo al fondo de la calle, en busca de su sitio en la tertulia tradicional en casa del señor licenciado Felipe Ramos Alonzo. Parece que aún lo veo llegar con su estatura alta, su paso cuidadoso y medido, apoyándose en un bastón nudoso.

Al llegar a las puertas, ya bien abiertas —aunque antes de la tarde sólo una hoja del zaguán se abría—, golpeaba levemente para anunciarse, y luego, entrando en el salón, preguntaba con detalle por la familia, si la salud de Felipito seguía buena, y por todo lo demás que pudiera mostrar su atenta cortesía. Luego, dejando el sombrero, tomaba una silla y salía a sentarse irreprochablemente en ella, sin cruzar nunca las piernas ni adoptar una pose por la cual pudiera acusársele de abandonar u olvidar las más exquisitas normas del decoro social. Allí permanecía hasta que saliera doña Raimunda o llegara alguna de sus compañeras de tertulia, su escaso mechón de cabello expuesto a la intemperie, matando el tiempo frecuentemente fumando sus cigarros de holoch, enrollados en hoja de elote, los únicos que le gustaban, para satisfacer su modesto gusto por el tabaco; pero eso no significaba que no aceptara, siempre que se le ofreciera, uno de papel o un puro, los cuales elogiaba con entusiasmo como muestra de agradecimiento por el obsequio.

Su traje era el de diario, una prenda de venerable antigüedad que en todas sus partes mostraba la fidelidad y el largo servicio que había prestado a su dueño. Pantalones que debieron ser alguna vez de color oscuro, gastados y deshilachados en los bajos de tanto rozar con los zapatos, y con grandes y gruesos parches en la parte trasera. En verdad estos últimos no se veían a menos que don Hermenegildo se inclinara, ya que ordinariamente quedaban ocultos por las faldillas de su levita, no menos honorable por su edad, hoy color oliva pero negra en sus mejores tiempos. Tal condición no le habría sobrevenido, sin embargo, ni a la levita ni al chaleco y pantalones, por indiferencia del apreciativo dueño, ya que era esencial que él, antes de salir, les diera a todos una buena cepillada para quitarles manchas y polvo, robándoles el ya escaso pelo que les quedaba.

Esto no quiere decir que la situación hubiera llegado al punto de que el baúl de don Hermenegildo permaneciera vacío con la ausencia del traje que el buen señor usaba habitualmente. Tenía otro que conservaba como polvo de oro para ocasiones importantes y que no era muy nuevo, pero ciertamente era lo mejor que tenía. La levita estaba un poco pasada de moda y los botones colocados en la base de las faldillas eran diferentes a los del frente porque no fue posible encontrar repuestos idénticos cuando se perdieron los originales. Pero en todo caso, con el traje bueno o con el otro, recorría la calle magnánimamente, saludando con cortesía a todos, acción que siempre acompañaba con el gesto sutil de descubrirse la cabeza al inclinar el sombrero hacia la persona a la que iba dirigida la cortesía, ganándose puntos por su respetabilidad y no poco crédito como hombre cortés.

Y con razón. Había nacido con mala suerte en otras cuestiones. Quedó desamparado con la muerte de su padre justo cuando iba a empezar el estudio del latín en el seminario para luego obtener el título de abogado, que le habría dado una profesión honorable en las letras. Y ahora vivía en la pobreza, sufriendo una extrema escasez que su escaso sueldo de escribiente del juzgado no podía aliviar, pero...

—No tengo de qué quejarme —solía decir a cierto amigo al que le repetía lo mismo por centésima vez—. Tú eres testigo de que no tengo nada, de que no podría tener peor suerte, y sin embargo, todo el mundo me quiere; créeme, sé lo que digo.

Y hablaba de sus gratificantes amistades y de las atenciones que le prodigaban. Cuando lo veían llegar a la casa del señor fulano, la señora le preguntaba por su salud. Si era la hora de la comida, las hijas insistían a coro en que se quedara a comer. En la casa del señor zutano, era peor. Apenas lo veían pasar, lo llamaban, reprochándole dulcemente que llevaban dos días sin verlo. ¡Qué va! Si en las casas más distinguidas, el señor, la señora y los hijos se desvivían por don Hermenegildo cuando pasaba, era porque sabían muy bien que, aunque él estuviera sin recursos, por su parte lo daba todo por cada una de esas personas.

—Por eso ves que cuando se trata de algo del señor fulano, ahí está Hermenegildo López como el que más... bueno, entre caballeros, él es el agradecido. Créeme, sé lo que digo.


Continúa leyendo con el Capítulo Dos de El Último Esfuerzo!
Para quienes prefieren seguir la lectura en español, pueden encontrar la versión en Google Books aquí.

Comments

  • James Gunn 9 years ago

    I've been meaning to write to congratulate and thank you for the effort to make this translation of Delio Moreno Canton. He seems to be following in the tradition of the "literature of manners" that was very popular in Spain in the late 1800s. Ramón Mesoneros Romano was one of the best known of the Spanish writers who popularized this style.

    I am now reading your translation for the second time. I appreciate the hard work. I've done a few translations myself, so I know how difficult it can be.

    Cheers,
    James Gunn

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